Pelicula: Entre las más celebradas respuestas disparatadas que se recopilan de exámenes en los que los alumnos son más torpes que el Inspector Clousseau, la definición de Dios que dio uno de ellos (“omnipotente, omnisciente, omnívoro”) debe ser una de las más divertidas.

Me acordé de este dislate viendo esta Sin límites, no por el filme en sí mismo, que resulta bastante potable, sino por la capacidad que adquiere el protagonista tras tomar una misteriosa pastillita transparente que le pasa su excuñado, un camello vestido de Armani que termina como es habitual en estos casos, con un ojal en la frente y no precisamente para abrocharse un botón…

Agradable sorpresa la de esta película, porque el anterior envite que vimos de Neil Burger, El ilusionista, dio menos de lo que prometió. Aquí, sin embargo, el cineasta de Connecticut se ha puesto las pilas y se ve que le ha interesado sobremanera la  historia de este mentecato que se ve convertido en algo parecido a un supermán sin leotardos, un hombre cuya capacidad cognoscitiva se multiplica por mil gracias a una química que, a la larga, como todas las químicas, mostrará su cara más pavorosa.

Hay algunas imágenes deslumbrantes: cuando el pánfilo ingiere la medicina milagrosa y se convierte por unas horas en el hombre que le gustaría ser, comienza a escribir la novela que nunca iba a empezar: en ese momento, en una bellísima metáfora sobre la inspiración, comienzan a llover, literalmente, letras en su derredor, mientras teclea espasmódicamente la historia que tanto se resistía a salir.

Después el hábil guión de Leslie Dixon, sobre la novela de Alan Glynn, hace el resto: es una historia hipnótica, con varias líneas argumentales que confluyen en el mismo rol principal, desde el excuñado fiambre a la recua de personajes de postín interesados en la mercancía del camello, pasando por el magnate de las finanzas (Robert de Niro haciendo de una especie de George Soros) que quiere beneficiarse, en principio sin saberlo, de la clarividencia del protagonista, o el mafioso eslavo que prueba la droga expande-cerebros y decide apropiársela velis nolis. Un carrusel guionístico que Burger sabe ensamblar con soltura y a veces con desparpajo; el cineasta, además, utiliza con notable acierto los recursos fílmicos de última generación para ofrecer el despertar a la omnisciencia del personaje central: esos grandes angulares que parecen infinitos, esas profundidades de campo que son capaces de cruzar una ciudad entera de cabo a rabo… maravillas de la técnica del siglo XXI, utilizadas en función de una historia, no constituyéndose en el eje de la trama (como tantas veces, lamentablemente, sucede hogaño), sino en un elemento más de la misma, sin usurpar la idea central.

Buen cine comercial, que no da tregua, pero sin tomar el pelo al espectador, sino dándole intriga, acción, pero también diálogos brillantes y eficientes soluciones visuales, Sin límites no es Ciudadano Kane, ni pretende serlo, pero es una obra digna, honesta, amena y que no apela a los más bajos instintos del ser humano. Vamos, igualito que Torrente 4

Atención a Bradley Cooper, el protagonista, que parece el hermano pequeño de Ralph Fiennes, con un notable parecido físico (bueno, vale, este Bradley es menos guapo), y con una poderosa capacidad para desdoblarse entre el panoli del principio y el “deus ex machina” del final: habrá que seguirle la pista. Y pensar que lo habíamos metido en el cajón de los actores espantosos por su intervención en Resacón en Las Vegas y El equipo A

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105'

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Sin límites - by , Apr 12, 2011
3 / 5 stars
Omnipotente, omnisciente, omnívoro...