La bestia en la jungla

CINE EN SALAS

Patric Chiha es un cineasta austríaco (Viena, 1975) cuya formación incluye diseño de moda y montaje cinematográfico. Como director tiene una todavía corta carrera aunque ciertamente peculiar. Su cine huye de los estándares habituales y busca la originalidad a todo trance, siempre con unas puestas en escena estilizadas y barrocas. Este su tercer largometraje, La bestia en la jungla, adapta libérrimamente el relato The beast in the jungle, publicado en 1903 por Henry James, el autor de la famosa Otra vuelta de tuerca.

El escritor neoyorquino situaba la acción de su novela en una mansión en la que el protagonista, John Marcher, esperaba permanentemente que se produjera un evento catastrófico que estaba seguro que ocurriría, mientras May Bartram, la mujer que le ama, desespera de ese estoicismo que les impide ser felices juntos; Chiha, por su parte, en esta adaptación, ambienta la trama en una discoteca de moda, a lo largo de 25 años, durante los cuales May y John se encontrarán constantemente, mientras la gente baila desaforadamente a su alrededor, como si no hubiera un mañana…

Lo cierto es que la película de Chiha tiene más de experimento que de narración al uso. De hecho, quien espere un relato estándar, ni siquiera mínimamente de acuerdo a las reglas narrativas habituales, se llevará un chasco, porque no hay tal. A Chiha parece que le interesa más el aspecto casi mesmérico de las masas bailando continua y  frenéticamente al ritmo de las distintas músicas de moda en las diversas etapas temporales (un cuarto de siglo, nada menos) que abarca esta película ciertamente singular, aunque quizá el calificativo a usar debería ser más bien extravagante, y no precisamente en el buen sentido, de raro o extraño, sino de estrafalario, casi extemporáneo.

Con un tono que quizá pretende ser existencialista, con los protagonistas, especialmente John, diciendo con cara de pasmado unos diálogos que parecen nacer con la vocación de ser tallados en piedra y situados en el frontispicio de un templo laico, la película no pasa, seguramente a su pesar, de ese estadio entre alucinado y alucinante en el que Chiha, a veces, no se sabe si está adaptando a Henry James o al Samuel Beckett de Esperando a Godot, aunque ciertamente en ese caso también estaría errando el tiro.

Queda el ritmo frenético, el tono casi hipnotico de las gentes bailando como posesos, quizá como una metáfora de la vida moderna, en la que todo ha de ser urgente, todo tiene que hacerse corriendo, donde no hay calma alguna (qué bien habría venido aquí un vals, para serenar al personal…). Pero, nos tememos, eso no es suficiente.

Los intérpretes, Anaïs Demoustier y Tom Mercier, están muy entregados, aunque no se sabe muy bien a qué se entregan, qué personajes son los suyos, aparte de una vacía y aparatosa transposición de los roles jamesianos.

(28-11-2023)