Toda la verdad

Carl Franklin no termina de levantar el vuelo. Tras su primer filme, de escaso presupuesto pero vigoroso trazo, el thriller Un paso en falso, ha hecho un par de cosas más comerciales pero menos interesantes (El demonio vestido de azul y Cosas que importan), y ahora vuelve a la intriga, en este caso romántico-judicial-bélico-de denuncia (demasié...), con abogada de emergente prestigio que se encuentra con que, de la noche a la mañana, le detienen al marido por ser un supuesto criminal de guerra en Guatemala. La letrada se empeñará contra toda esperanza en la defensa de su esposo, con la ayuda de un viejo abogado ex alcohólico y con algunas cuentas pendientes con la milicia. El embrollo judicial se complica con presiones de todo tipo sobre la protagonista, desde las relativamente sutiles hasta las puramente violentas, hasta que parece que todo se aclara...

No es Toda la verdad un gran filme, ni siquiera es bueno; pero ello no obsta para que se siga con cierto interés la trama, a pesar de sus continuos bandazos y de que con frecuencia la continuidad argumental se la pasen por el forro. A ese moderado interés contribuye grandemente la tensión narrativa que sabe imprimir Franklin, un cineasta claramente por encima del guión, y el solvente trabajo de los dos protagonistas, Ashley Judd (por cierto, aquí parecidísima a nuestra Chenoa, de veras...) y Morgan Freeman, en personajes bien definidos que ellos resuelven con su habitual talento.

Queda muy desdibujado, al fondo, el lacerante tema de las muertes atribuibles a maniobras no precisamente claras del Ejercito USA allende sus fronteras. Pero ése es un paisaje que apenas interesa al guionista, y tampoco parece que especialmente al director.