Pelicula: La familia, ese territorio en el que tan fácilmente germinan las mentiras (ya sean piadosas o no) es el escenario elegido por Nuri Bilge Ceylan para contar una desasosegante historia sobre soledades, secretos e incomunicación que le valió el premio al mejor director en la última edición del Festival de Cannes. Un padre de familia acaba asumiendo el papel de cabeza de turco (perdonen el chiste fácil), a cambio de cierto acuerdo económico para evitar que su jefe vaya a la cárcel. Durante esos nueve meses de condena, el adulterio de la mujer y la ambigua actitud del hijo ante el mismo, degenerarán en una asfixiante red de mentiras en la que también se verá atrapado el padre a la salida de la cárcel. Ante la situación, los tres personajes optan por el engaño, por el silencio, por hacer como si no fuera con ellos y fingir que no ha ocurrido nada. Se comportarán como los tres monos de los que hablaba Confucio y que dan título al filme: No ver, no oír, no hablar; pero eso sí, la verdad estará ahí, siempre, impertinentemente presente, delante de sus narices, revelándose a través de los detalles más cotidianos, como el inoportuno politono del teléfono móvil de la esposa, una rancia canción que habla de desamor y de abandono.
La película transporta eficazmente al espectador a ese intrincado mundo de silencios y mentiras consentidas hasta llegar a ser incluso claustrofóbico. La brillante realización de Nuri Bilge Ceylan consigue contar a través de imágenes todo lo que los personajes se empeñan en callar. Apenas necesitamos diálogo para saber lo que sienten y piensan; por el contrario, más bien sea la banda sonora, llena de ruidos de trenes, de murmullos y de largos silencios, la que logre transmitir la incomunicación en la que se ven envueltos los protagonistas de la trama. En este sentido sí que habría que decir, que quizás la pericia del realizador esconde ciertos fallos de guión, a veces, un tanto desconcertantes. Aunque también dicen que si hay intencionalidad, hay arte, y quizás no sea casual el que la trama esté trufada de tantas historias a medio contar para recrear la sensación de las verdades a medias y de los silencios de los que también son víctimas los personajes. Así, a lo largo del metraje, aparecen ciertos elementos, tan sólo sugeridos que no llegan a explicarse, no se habla de ellos, no se aclara su origen. Simplemente aparecen por allí, un tanto descolocados a veces, esperando, quizás, que sea el espectador el que especule acerca de su sentido. También puede ser que se perdieran unas cuantas páginas del guión, o que el guionista (familia del director, por cierto) fuera un poco flojo, y que al final, sean las imágenes y los silencios los que soportan el peso de la historia. En ese sentido se podría decir que el trabajo de este realizador turco es impecable: planos muy expresivos pero a la vez muy sobrios, estáticos y ajustados a los rostros de unos personajes que parecen atrapados en ellos. El resultado es por eso tan opresivo, tan deprimente. A decir verdad, también el espectador se sentirá, en ocasiones, un tanto cansado, mirando el reloj, así como de soslayo, atrapado en esa casa junto a las vías del tren por la que deambulan (un tanto zombis, todo sea dicho) unos cariacontecidos personajes aplastados por el lastre de sus mentiras y de su insatisfacción. Quizás sea por eso que la película se hace un poco larga, que le falta ritmo, que acaba siendo tan angustiosa (aunque probablemente sea también eso lo que quiere contarnos, ya les digo, lo de la intencionalidad…) Probablemente sea un filme árido, difícil, logrado por la manera en la que el realizador se vale de los recursos fílmicos para recrear la inquietante atmósfera de un espacio tan inaccesible como es el de la familia, para explorar los espacios de vacío, de incomunicación que hay siempre entre el individuo y los demás (aunque incluso haya lazos consanguíneos y cordones umbilicales de por medio). Eso sí, como decíamos, se echa en falta una guión más trabajado, con unos personajes más construidos que aquí apenas son esbozados, adivinados casi. Y a pesar de la intachable realización, justamente premiada en Cannes, la historia no acaba de emocionarnos. Y es que aunque el drama que se nos cuenta puede sernos incluso cercano (todos hemos mentido alguna vez, ¿no?, todos sabemos que la vida en familia es difícil, sobre todo en vacaciones…) no acabamos de identificarnos con los personajes, el acercamiento es siempre frío, medido…y eso que los vemos sufrir, de eso no hay duda, pero quedan lejos, atrapados en sus silencios, en su hieratismo, conformados a esa infelicidad que parece invadir todos los rincones de la casa. Esa tristeza. También el espectador acaba formando parte de ese juego de verdades dichas a medias y de información reservada (especialmente por parte del guionista, que tampoco es de mucho contar, de dar muchas explicaciones…) y a veces acaba un tanto perdido entre lo que sospecha y de lo que no se acaba de enterar. Y no es que la trama pierda sentido, pero hay tantos cabos sueltos que quizás sea eso lo que menoscabe la verosimilitud de la historia; los personajes y sus motivaciones quedan un tanto deslavazados, imprecisos, no acaban de convencernos, no despiertan nuestra compasión.
El hecho de que Nuri Bilge Ceylan participe también en el guión, quizás explique ciertas lagunas de la trama que, al parecer, el realizador pensaba compensar con su virtuosismo técnico, dejando a la historia un tanto coja. Pero finalmente no acaba de convencernos, no nos la creemos del todo. En suma, le falta emoción, probablemente, el material más importante para hacer cine, después de unos cuantos metros de película.




Dirigida por

Género

Nacionalidad

Duración

108'

Año de producción

Tres monos - by , Jul 25, 2009
2 / 5 stars
Secretos y mentiras