Serie: La peste. La mano de la Garduña

Tras el altísimo nivel de La peste (2017), la serie de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos sobre la epidemia de la enfermedad infecciosa del título en la Sevilla del XVI, se esperaba con expectación esta segunda parte, titulada La peste. La mano de la Garduña, que tiene plena autonomía con respecto a la primera, de tal forma que no es necesario haber visto la anterior para que esta pueda ser seguida y comprendida sin problema.


Estamos todavía en la Sevilla de finales del siglo XVI. Reina en España Felipe II, y la acción se desarrolla cinco años después de lo acontecido en la primera parte de la serie. Mateo Núñez, que partió hacia el Nuevo Mundo, espera en el sur del continente americano, entre nieves, ser rescatado por una expedición española. En la metrópoli, Teresa Pinelo y su hijastro Valerio sacan en secreto a un grupo de prostitutas del puerto (llamadas ilegales por ser las que actúan fuera del manto de la Iglesia y el Cabildo en la mancebía) para transportarlas al Nuevo Mundo donde iniciarían una nueva vida. Pero Valerio, que es quien las conduce al galeón que habrá de llevarlas, es emboscado a su regreso y casi pierde la vida. Los acontecimientos se precipitan: Teresa y Valerio se enteran de que una siniestra organización del hampa, llamada La Garduña, rige los destinos de todos los negocios ilegales de la ciudad: vino, comida, prostitución... Teresa escribe a Mateo al Nuevo Mundo, esperando que vuelva y le ayude en su empeño por salvar a las mujeres públicas de la infernal vida a la que las somete La Garduña. Entretanto, el Conde de Pontecorvo, un militar aristócrata fogueado en los Tercios de Flandes, toma posesión como Asistente (equivalente al actual Alcalde) de Sevilla, con las mejores intenciones...


Tiene La peste. La mano de la Garduña el mismo acabado perfecto que la primera parte de la serie. Es cierto, como han dicho sus creadores, que esta vez es más luminosa, se centra menos en los barrios bajos y chabolistas, y más en palacios y casas de tronío, lo que le confiere un tono más elegante. Pero no por ello desiste, y hace bien, en denunciar el intrincado entramado político-social de la ciudad, que, con las lógicas variaciones temporales, no ha mudado demasiado desde hace cuatro siglos y pico. Pero esta segunda parte es, sobre todo, una investigación y una lucha, casi siempre contra reloj, contra una organización criminal que, parece evidente, toma sus referencias de otros entes delincuenciales similares como la Cosa Nostra siciliana, la Camorra napolitana o la ‘Ndrangheta calabresa, una mafia con todos sus avíos, con las constantes habituales de este tipo de sindicatos del crimen: comercio ilegal de todo tipo de bienes y servicios, crueldad sin límite para infligir terror en aquellos que sintieran la tentación de oponerse a sus designios, apoyándose en una red de espías que les mantiene permanente y perfectamente informados y en una cuadrilla de matones que les allana el camino con una brutalidad sin tasa, todo ello manejado por una intrincada estructura de mando que dificulta poderosamente a las autoridades policiales llegar hasta la cúspide.


Contra esa siniestra organización tendrán que luchar desventajosamente Mateo, Teresa y Sergio, pero también Pontecorvo, el noble que, por una vez, hacía honor a esa calificación. Estamos entonces, como en la primera parte, ante un thriller de época, pero en esta ocasión Rodríguez y Cobos han optado por eliminar el factor eclesial y otras líneas tangenciales de la trama primitiva, para reducirla, con buen criterio, a una intriga esencial, la de la lucha del Asistente y sus socios civiles, Mateo y compañía, no solo contra la propia sociedad de hampones, sino también contra los propios Caballeros Veinticuatros (los concejales de la época), en buena parte “untados” por la organización criminal y, por tanto, a su abyecto dictado, aunque vistan hermosas golas, suaves jubones de seda y exquisitas puñetas en las mangas.


Esa lucha desigual está llevada a cabo por Rodríguez y Cobos como creadores de la serie, pero también por los directores de los capítulos, el propio Rodríguez más David Ulloa y Paco R. Baños, con una admirable unidad estilística y temática, con el mismo nivel estético alcanzado en la primera parte, en la que brilla una dirección de arte que consigue, mediante excelentes localizaciones, atrezzos, decorados, maquetas y CGI (vamos, efectos digitales), el raro milagro de que podamos asistir a cómo era, o cómo se creía que era, la Sevilla de finales del XVI, cuando la ciudad todavía mantenía el monopolio de Indias y seguía siendo el centro del mundo, por donde entraban en España y en Europa las riquezas del Nuevo Continente. Con un exquisito diseño de producción y una vibrante realización, La peste. La mano de la Garduña resulta ser una serie que actualiza, vistiéndola con ropajes de época, una clásica historia que podríamos encuadrar dentro del “film-noir” o cine negro, un proto-policíaco en el que un detective que no sabe que lo es, con artes deductivas que lo convierten en un antecedente de otros colegas tan reputados como los ficticios Holmes, Maigret, Marple o Poirot, habrá de enfrentar, sin más ayuda que su inteligencia y perspicacia (y la colaboración del Asistente...), a una oscura organización a la que no le tiembla el pulso a la hora de pasaportar bárbaramente al otro barrio a quien se enfrente a sus oprobiosos designios.


Cine notable, entonces, aunque sea en formato de serie, en esta “película” de 265 minutos que se puede ver de un tirón (¿no tiene El irlandés, de Scorsese, 210 minutos?), una serie fascinantemente puesta en escena, con una historia intrigante, amena, que no desfallece, quizá algo menos compleja que la primera parte, y en la que, además, se cuelan interesantes reflexiones sobre el ser humano y su forma de organizarse en sociedad, su manera de establecer clases que, fatalmente, será imposible romper, cualquiera que sea la ideología dominante, cualquiera que sea el sistema que rija en cada momento.


De nuevo el elenco actoral raya a gran altura. El castellonense Pablo Molinero vuelve a hacer suyo el personaje de Mateo, ese paleo-detective, dotándolo de generosa humanidad además de inteligencia, capacidad de repentización y astucia; Patricia López Arnáiz se funde con su personaje, una mujer adelantada a su tiempo, siendo una de las claves de la serie, una clave evidentemente feminista, aunque es cierto que, históricamente, sería improbable la existencia de una persona así y dotada de una filantropía de estas características; pero ya sabemos que el cine, el arte, no tiene por qué ajustarse literalmente a la Historia: para eso ya están los documentales y el National Geographic... Del resto de los intérpretes nos quedamos sobre todo con un Jesús Carroza que aquí agranda su papel, y de qué forma, un personaje al que él dota de ambigüedad moral, un tipo infecto que actúa a ratos movido por algo parecido al corazón, pero que también se pliega ante el poder y se torna felón cuando intuye el camino que más conviene a sus intereses: gran avance el de Carroza desde su debut en 7 vírgenes, también a las órdenes de Alberto Rodríguez, cuando era fresco y espontáneo; ahora, sin perder esas virtudes, le añade técnica y dobleces, tan interesantes para la interpretación. También a resaltar el personaje de María de la O que hace Estefanía de los Santos, un rol en el que esta mujer menuda y estupenda da miedo con su sola presencia, sin necesidad siquiera de arrugar el ceño. En cuanto a los actores foráneos, nos ha parecido interesante Fede Aguado como el Asistente, un personaje que quiere hacer el bien y (casi) lo consigue...


 


La peste. La mano de la Garduña - by , Nov 26, 2019
4 / 5 stars
Una siniestra mafia del siglo XVI