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CINE EN SALAS

En 2013 Antonio Muñoz Molina publicó un interesantísimo libro de ensayo titulado Todo lo que era sólido; hacía mención en el título, evidentemente, a la famosa frase del Manifiesto comunista, de Marx y Engels, que se iniciaba con “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. Muñoz Molina escribía sobre la evanescencia de lo que parecía inmutable, en este caso el hecho de que, tras la prosperidad que parecía sin límites del “boom” inmobiliario en España (que se puede datar sin mucho margen de error entre 1999 y 2007), la crisis de las hipotecas “subprime”, el colapso del banco Lehman Brothers (excelentemente recreado, por cierto, en la espléndida película Margin call, dirigida en 2011 por J.C.  Chandor), etcétera, hundió la economía mundial, y muy en especial la española, con un fortísimo incremento del desempleo, desplome del PIB y prima de riesgo por las nubes, a un paso de tener que ser rescatado el país por la Unión Europea. En aquel contexto, “todo lo que era sólido”, como en la frase marxista, se disolvió como un azucarillo.

Pues de algo así, de cómo puede perderse aquello que parece inalterable y para siempre, creemos que quiere hablar esta Civil war, film ambientado en un futuro indeterminado (no demasiado lejano, parece, quizá ocho o diez años), en Estados Unidos. En las primeras imágenes vemos al presidente del país ensayando algunas frases del discurso que se dispone a pronunciar. Por las secuencias posteriores, mayormente a través de informaciones de noticiarios televisivos, nos enteramos que el país está en guerra, con dos facciones enfrentadas: por una parte, la gubernamental, y por otra, varios estados que se han rebelado contra el poder central, en concreto las llamadas Fuerzas del Oeste (California y Texas, aunque este último está más bien en el centro y sur), pero también las de Florida; es curioso que se haya evitado que los estados rebeldes sean estados “del sur”, para no mentar la bicha de la Guerra Civil del siglo XIX y revivir viejos fantasmas, que se suponen superados... Conocemos entonces a Lee, mujer de alrededor de 40 años, prestigiosa fotoperiodista de guerra; Joel, su compañero, reportero de la rama escrita; y Sammy, un muy veterano periodista, la voz del sentido común en este variopinto grupo, al que se une una jovencita, Jessie, neófita fotógrafa, de 23 años (aunque, la verdad, no aparenta ni 15...), ansiosa por aprender los secretos del oficio y documentar la guerra civil que está en curso desde hace ya tiempo, y que tiene todos los indicios de decantarse por las fuerzas rebeldes, que marchan hacia Washington. El grupo, con la reticencia de Lee, que no quiere cargar con la niña, parte hacia la capital, con la intención de llegar antes que las fuerzas rebeldes y poder hacer la última entrevista al presidente...

De Alex Garland tenemos (no sé si el tiempo verbal, en presente, es el más correcto...) una buena impresión. Sus anteriores films como director, Ex machina (2015) y Aniquilación (2018), fueron sendos títulos muy apreciables, ambos inscribibles dentro del género de la ficción científica, en concreto de la ciencia ficción humanista, la que más nos interesa, la que se pregunta por el ser humano, por su esencia, pero también por su futuro (o por su falta de ello...). Ahora Garland cambia el chip hacia el cine bélico, aunque en puridad también se podría decir que esta Civil war es una película de ciencia ficción, pues, aunque los ánimos de la sociedad en los Estados Unidos no están muy calmados, no parece (crucemos los dedos...) que se vislumbre en el horizonte próximo la posibilidad de una guerra civil. Claro que si tenemos en cuenta que, como hemos leído en prensa en estos días, el próximo inquilino de la Casa Blanca será un cadáver o un loco, no hay mucho margen para la esperanza...

Tiene Civil war cosas notables, incluso muy notables: todo lo que son escenas de acción, en especial las secuencias finales ya en Washington, en los alrededores de la Casa Blanca (y dentro de ese recinto sagrado para los estadounidenses...), están rodadas con una gran solvencia, son escenas que sobrecogen por la verosimilitud con la que está reflejada la lucha a muerte de las dos facciones enfrentadas (por supuesto, con la carne de cañón correspondiente...). También hay una escena anterior, aquella en la que el grupo de variopintos periodistas (más dos colegas de etnia asiática) son capturados por una banda de facinerosos uniformados, quizá una representación nada metafórica, sino real, de los temibles grupúsculos trumpistas, en la que Garland se muestra como un virtuoso del suspense, en concreto de ese suspense tarantiniano que va “in crescendo”, que va aplicando cada vez más gas, hasta hacerse insoportable, con un final catártico que, obviamente, no debe ser revelado.

Pero al margen de ese virtuosismo en las escenas bélicas y en esa escena de potente suspense en concreto, nos parece que el film de Garland baja claramente el nivel de sus dos anteriores y tan buenas películas;  y es que los personajes son un poco estereotipos, en especial las dos fotoperiodistas: la veterana, con todos los tics habituales de esta clase de profesionales de la guerra, más quemados que la pipa de un indio, con la también habitual, y tan tópica, épica del periodismo bélico, con lo que le gusta a los yanquis (aunque Garland sea británico...) la mítica del reportero de colmillo retorcido, del bragado plumilla fogueado en (literalmente) mil batallas; y la cuasi becaria, deseosa de aprenderlo todo, una niña(ta) que, ya de paso, como es también frecuente en estos casos, poniendo su vida inconscientemente en peligro, arruinará la de otros a los que se supone tiene en estima.

Además, no se entienden las incoherencias del guion, con esa veterana periodista curtida en mil guerras a la que, llegado el momento crucial, le entra una jindama que no es normal; o la que hemos llamado tan apropiadamente niña(ta), que sigue el camino justamente contrario, primero con más miedo que siete viejas y, cuando llega el Apocalipsis en el Despacho Oval, tiene más cojones que el caballo de Espartero (valga la figura retórica, bastante brutal, lo reconocemos...).

No se entienden tampoco las etéreas divagaciones de los personajes principales en los períodos más o menos de paz que comparte el grupo de periodistas, divagaciones bastante vacuas que pretenden, sin conseguirlo, conferir al film cierto aliento existencialista que, dicho sea de paso, nunca se consigue.

Hay también una mirada que, lejos del humanismo de sus dos anteriores films, resulta como mínimo estomagante: aquí cuando te matan a uno de los tuyos, parece que se ha hundido el mundo, ay, qué penita, con lo bueno que era...; pero cuando se asesina a cualquier otro, a sangre fría, delante de tus narices, como que te da exactamente igual: hablamos de los propios periodistas, no de los soldados, a los que se le puede suponer una (inevitable) atrofia moral en ese aspecto. Pero a esos reporteros cuya misión, según recalca la veterana fotoperiodista, es documentar los hechos, ¿no se les encoge siquiera el corazón cuando delante de ellos asesinan sin pestañear a un civil desarmado? Porque, además, esos cuatro personajes centrales, los cuatro protagonistas grupales, son con los que se identifica lógicamente el público, en mayor o menor medida: pues, desde luego, no parece que el espectador medio esté demasiado conforme con que aquellos con los que tiende a identificarse ni siquiera muevan una ceja cuando le descerrajan varios tiros a bocajarro a quien no tiene posibilidad alguna de defenderse. Lo dicho: el humanismo de los anteriores films, a freír espárragos...

Porque, habrá que recordarlo ya, el cine no es solo forma: también fondo, y aquí esa indiferencia hacia crímenes de lesa humanidad, por parte de gente que se supone normal y corriente, notarios de la actualidad pero no por ello carentes de sentimientos (como lo demuestran cuando se les muere uno de ellos), nos parece aberrante. A este paso parece que el regreso a los esquemas de la tribu de nuestros ancestros los australopitecus es solo una cuestión de tiempo...

Correcto trabajo actoral, aunque Kirsten Dunst, la prota, nunca nos ha convencido demasiado. El brasileño Wagner Moura hizo el papel de su vida como el sanguinario Pablo Escobar en Narcos, así que ahora resulta raro verlo en un personaje digamos “normal”. A Cailee Spaeny, la niña(ta), para entendernos, la vemos un tanto sobreactuada, aparte de que nos parece que no da demasiado el papel. Y el veterano Stephen McKinley Henderson bien, como siempre: es lo que tiene la edad en el actor o la actriz, que siempre juega a su favor... Por cierto que en un papel corto pero muy impactante aparece (curiosamente sin acreditar) Jesse Plemons: esperemos que no pensara pasar desapercibido, porque si es así, no lo ha conseguido, no...

(26-04-2024)


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109'

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Civil war - by , Apr 26, 2024
2 / 5 stars
Todo lo que era sólido